La luz blanca de mi teléfono me deja ciega por un momento. Trato de buscar tu nombre en la pantalla pero no está. Están todos menos el tuyo. Me quedo tendida mirando hacia la línea de luz que bordea la puerta en donde aparece un remedo de buen día. Llenándome de fuerzas, con un desaliento inexplicable y con una pesadez anormal, me pongo de pie y abro esa puerta café para darle la bienvenida a otro día.

Volteo a mirar hacia mi cama destendida y veo al par de gatos acomodarse plácidamente en el lugar que acabo de dejar tibio y sudoroso. Me seducen con sus ronroneos y ojitos medio dormidos y me invaden las ganas de acurrucarme con ellos para olvidarme otro rato de mi existencia. 5 minuticos más no serían suficientes.

Suelo pensarte en las mañanas porque sé que también te cuestan. Te imagino, al igual que yo, despertar somnoliento, imaginando cómo tu vida se pierde entre la incertidumbre de los tediosos días, de las largas semanas, de los meses sin tiempo y de los pesados años que no nos han dado tregua.

Quise escribirte, llamarte con la ilusión de quien recibe un sí como respuesta. Quise volver a buscarte suponiendo que este frío que me inunda por dentro no te ha tomado a tí como rehén.

Quise darle una nueva oportunidad a mis insistentes ganas de que vuelvas, de que me digas cualquier cosa y de que yo te responda cualquier otra; a mis ganas de no extrañarte más y de no dejarnos para después.

Extraño esa forma tan nuestra de decir que nos echamos de menos, pero algo me dice que ahora solo somos dos extraños intentando ser amigos olvidados.

Vuelvo a mirar el teléfono y en la pantalla, llena de mensajes que no son tuyos, tengo el presentimiento de que no vendrás.

He pensado en escribirte, pero recuerdo que siempre soy yo quien inicia una conversación que no tiene fin porque te desconectas de la idea de quererme. No te apetece un poco recordarme y recordarnos juntos, inmersos en nuestras conversaciones de vidas imperfectas, respondiendo preguntas y preguntándonos respuestas; charlas íntimas y finitas que muchas veces terminan en lágrimas y fugaz compañía.

Te extraño, hoy mucho más que en esos días porque hoy es de esos días en que no soy; y cuanto más pienso, más lo sé. Sé que tampoco volveré. Nunca más.

Quisiera que el ruido de adentro y de afuera se apague, mirarte a los ojos y hacerte saber que estoy aunque no estés, y que luego de tanto batallar con el tiempo, he decidido que lo mejor es extrañarte.